A la noche oscura se le sumó una
niebla que vino de pronto. Me acompañaba Gabriel, un amigo. Habíamos
caminado casi todo el día buscando piedras semipreciosas, que
pensábamos vender a un orfebre.
Bordeamos las faldas de los cerros, seguimos varios arroyuelos, y hacia el final de la tarde dimos con un arroyo cuyas orillas estaban llenas de diferentes tipos de cuarzo.
Partimos del lugar con las mochilas pesadas, con la noche casi encima nuestro. Poco rato después, apenas veíamos algún indicio que nos indicara dónde estábamos. Entre la oscuridad del paisaje escudriñábamos a duras penas el contorno de los cerros, alguna oscura arboleda, y no mucho más que eso. Cuando llegó la niebla ya no vimos nada. Con las linternas apenas iluminábamos nuestros pies y un pequeño tramo de campo. Sin referencias para orientarse, no tuvimos más alternativa que parar.
- Si seguimos nos vamos a perder -dijo Gabriel, al tiempo que apuntaba la linterna hacia todos lados.
- Si es que ya no estamos perdidos -le comenté.
- ¿Será…?
- Tengo la impresión de que sí. En todo caso cuando amanezca lo vamos a averiguar.
La niebla era tan espesa y la oscuridad tan impenetrable, que tenía la sensación de estar encerrado, a pesar de estar en un lugar abierto.
Comenzamos a prepararnos para pasar la noche. Mientras yo cortaba pasto con el cuchillo, Gabriel me iluminaba muy de cerca con su linterna y la mía. Planeábamos hacer un colchón de pasto para soportar mejor el frío de la noche, que hacia la madrugada se iba a hacer más intenso.
Estando inclinado sobre una gran mata de pasto, cuando fui a sujetar la hierva para cortarla, toqué algo frío y blando, e inmediatamente una enorme serpiente se retorció agitando los pastos, y sentí que me mordió la mano. Se me escapó un grito y salté hacia atrás. Gabriel, que estaba atento, iluminó al reptil y enseguida me dijo:
- ¡No es venenosa! ¡Mírala! Es grande sí, pero no venenosa.
- ¡Ah! Menos mal -dije aliviado al mirarla y distinguir que realmente no era venenosa.
Me limpié con agua las gotitas de sangre que salían de mi mano y me quedé observando la herida.
- No fue nada pero casi me mató del susto -le dije a Gabriel-. No quiero me quedar en esta zona, mejor buscamos una arboleda o cualquier otro lugar.
- Sí, mejor nos vamos.
Como suele pasar después del encuentro con una serpiente, cada paso que dábamos lo hacíamos con el temor de pisar a una. La oscuridad se cerraba más sobre nosotros, la niebla dificultaba la respiración, y la sensación de no saber hacia dónde íbamos era por demás inquietante.
De repente escuchamos voces. Eran las voces de varias personas, se escuchaban cerca pero no se entendía lo que decían. Escuchamos atentos, parecía que también había niños, por lo que supuse que a metros de nosotros había una casa, aunque me pareció un poco raro que no hubiera ningún perro ladrándonos; nunca vi una casa rural sin perros.
- Una casa -le susurré a Gabriel.
- ¿Qué hacemos, nos alejamos?
- Ya estamos muy cerca. ¿Y si hay algún corral por aquí y los animales arman un alboroto cuando pasamos? Si salen a ver qué pasa, ¿cómo explicamos que estábamos perdidos y no robando?
- Cierto. Entonces, ¿nos anunciamos?
- Yo digo que sí.
Seguíamos escuchando las voces. Golpee las manos y esperé. Nada, supuse que no habían escuchado. Golpee más fuerte y Gabriel hizo lo mismo.
¡Hola a los de la casa! -grité- ¡Andábamos juntando piedras lejos de aquí y medio nos perdimos por la niebla! -esperé nuevamente una respuesta pero no hubo ninguna.
De pronto sopló un viento, y tan rápido como apareció, la niebla se fue desvaneciendo, y el mismo viento abrió unas nubes en el cielo, y entre ellas asomó media luna; y al alejarse las tinieblas, vimos que estábamos frente a las ruinas de una casa, que se encontraba al borde de un gran acantilado. Abajo, desde el mar se elevaba una niebla húmeda que nos heló la sangre. Solo entonces nos dimos cuenta de que si la niebla hubiera durado un poco mas, aquellas voces nos habrían llevado a una muerte segura, bajo las poderosas manos del mar.
Bordeamos las faldas de los cerros, seguimos varios arroyuelos, y hacia el final de la tarde dimos con un arroyo cuyas orillas estaban llenas de diferentes tipos de cuarzo.
Partimos del lugar con las mochilas pesadas, con la noche casi encima nuestro. Poco rato después, apenas veíamos algún indicio que nos indicara dónde estábamos. Entre la oscuridad del paisaje escudriñábamos a duras penas el contorno de los cerros, alguna oscura arboleda, y no mucho más que eso. Cuando llegó la niebla ya no vimos nada. Con las linternas apenas iluminábamos nuestros pies y un pequeño tramo de campo. Sin referencias para orientarse, no tuvimos más alternativa que parar.
- Si seguimos nos vamos a perder -dijo Gabriel, al tiempo que apuntaba la linterna hacia todos lados.
- Si es que ya no estamos perdidos -le comenté.
- ¿Será…?
- Tengo la impresión de que sí. En todo caso cuando amanezca lo vamos a averiguar.
La niebla era tan espesa y la oscuridad tan impenetrable, que tenía la sensación de estar encerrado, a pesar de estar en un lugar abierto.
Comenzamos a prepararnos para pasar la noche. Mientras yo cortaba pasto con el cuchillo, Gabriel me iluminaba muy de cerca con su linterna y la mía. Planeábamos hacer un colchón de pasto para soportar mejor el frío de la noche, que hacia la madrugada se iba a hacer más intenso.
Estando inclinado sobre una gran mata de pasto, cuando fui a sujetar la hierva para cortarla, toqué algo frío y blando, e inmediatamente una enorme serpiente se retorció agitando los pastos, y sentí que me mordió la mano. Se me escapó un grito y salté hacia atrás. Gabriel, que estaba atento, iluminó al reptil y enseguida me dijo:
- ¡No es venenosa! ¡Mírala! Es grande sí, pero no venenosa.
- ¡Ah! Menos mal -dije aliviado al mirarla y distinguir que realmente no era venenosa.
Me limpié con agua las gotitas de sangre que salían de mi mano y me quedé observando la herida.
- No fue nada pero casi me mató del susto -le dije a Gabriel-. No quiero me quedar en esta zona, mejor buscamos una arboleda o cualquier otro lugar.
- Sí, mejor nos vamos.
Como suele pasar después del encuentro con una serpiente, cada paso que dábamos lo hacíamos con el temor de pisar a una. La oscuridad se cerraba más sobre nosotros, la niebla dificultaba la respiración, y la sensación de no saber hacia dónde íbamos era por demás inquietante.
De repente escuchamos voces. Eran las voces de varias personas, se escuchaban cerca pero no se entendía lo que decían. Escuchamos atentos, parecía que también había niños, por lo que supuse que a metros de nosotros había una casa, aunque me pareció un poco raro que no hubiera ningún perro ladrándonos; nunca vi una casa rural sin perros.
- Una casa -le susurré a Gabriel.
- ¿Qué hacemos, nos alejamos?
- Ya estamos muy cerca. ¿Y si hay algún corral por aquí y los animales arman un alboroto cuando pasamos? Si salen a ver qué pasa, ¿cómo explicamos que estábamos perdidos y no robando?
- Cierto. Entonces, ¿nos anunciamos?
- Yo digo que sí.
Seguíamos escuchando las voces. Golpee las manos y esperé. Nada, supuse que no habían escuchado. Golpee más fuerte y Gabriel hizo lo mismo.
¡Hola a los de la casa! -grité- ¡Andábamos juntando piedras lejos de aquí y medio nos perdimos por la niebla! -esperé nuevamente una respuesta pero no hubo ninguna.
De pronto sopló un viento, y tan rápido como apareció, la niebla se fue desvaneciendo, y el mismo viento abrió unas nubes en el cielo, y entre ellas asomó media luna; y al alejarse las tinieblas, vimos que estábamos frente a las ruinas de una casa, que se encontraba al borde de un gran acantilado. Abajo, desde el mar se elevaba una niebla húmeda que nos heló la sangre. Solo entonces nos dimos cuenta de que si la niebla hubiera durado un poco mas, aquellas voces nos habrían llevado a una muerte segura, bajo las poderosas manos del mar.
Días después, ya en mi casa,
recuerdos sobre aquella noche me asaltaron de repente. Decidí
informarme sobre aquel extraño lugar. Quería saber que era lo que
había pasado en esa casa. Busque en Internet, y lo que encontré me
dejo demasiado asombrado como para poder decir nada. Leí apenas un
párrafo pero me basto para enterarme de lo cerca que habíamos
estado de morir, al igual que muchas otras victimas que ahí habían
perecido. El parrafo era el siguiente:
“...En ese acantilad, apodado por
muchos el acantilado maldito debido a la extraña casa que se
encuentra casi al borde del mar, se han sucedido demasiadas muertes
como para que alguien quiera adquirir la propiedad. Sin embargo la
mas destacada de todas ellas, y también la mas terrorífica, es la
de una joven familia, compuesta por los dos progenitores y dos
pequeñas de tres y cuatro años respectivamente. Los cuatro
encontraron la muerte un día de marejada, cuando las pequeñas,en
uno de sus juegos descabellados fueron arrastradas hacia las
profundidades del mar por una ola. Los padre, desesperados, se
lanzaron traes ellas, intentando salvarlas, y encontrando así su
fin. Cuenta la leyenda que a partir de entonces, todas y cada una de
las personas que por allí han pasado han sido llevadas por las voces
de la familia hacia el mar, encontrando el mismo final que ellos, Son
pocos los que han vivido para contarlo, y nadie de estos afortunados
a vuelto a ser el mismo.”
Laura Cuadrado. 4º ESO. A
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