Nos gustan las historias. Tanto que no solo las leemos, también nos las imaginamos, las vivimos y las escribimos. Porque hay cosas que solo se sienten si se escriben. Bienvenidos a los contadores de historias

viernes, 9 de enero de 2015

Con tijeras y tela roja


Germán se hallaba sentado frente al juez escuchando las barbaridades y mentiras que soltaba acerca del caso el sospechoso. Estaba seguro de que el tenía que ser el culpable, soportando como supuestamente enredaba al jurado con sus patrañas, con el ceño fruncido espero a su turno de palabra, que ya había llegado.
Las lágrimas de Germán caían sobre el cuerpo sin vida de su padre que se yacía en el suelo rodeado de un charco de sangre, había sido apuñalado. Fue un amargo acontecimiento que sucedió una mañana fría y húmeda de noviembre, entrando a su sastrería, como todos los días.
Germán, con el teléfono fijo de la tienda, llamó a la policía que vino enseguida. Un poco después de que se fueran, el hijo del difunto, aún en shock, fue a buscar su móvil para avisar a sus familiares de la tragedia, ya que tenía todos los contactos en él. Abrió un cajón de madera de roble y con las manos temblorosas al coger el móvil se le cayó al suelo. Se agachó y no pudo evitar fijarse en un objeto brillante que llamó su atención. Al coger el objeto se quedó helado al ver que eran tijeras de sastrería manchadas de sangre donde estaban escritas las iniciales F.G. En ese momento Germán pensó que todo encajaba. El asesino, no era nada más ni nada menos que Francisco Gutierrez. El era el segundo mejor sastre de la ciudad, después de su padre. Era una persona narcisista, recelosa y envidiosa. Había sido compañero de su padre desde la universidad y su rivalidad era evidente, pero su padre siempre destacó más. Gutierrez le hacía jugarretas y sabotajes siempre que podía pero este no podía creer que iba a llegar tan lejos.
Furioso, Germán fue a pedirle explicaciones al supuesto asesino pero al oír gritos y voces alzadas que venían dentro de la sastrería Gutierrez, planchó su oreja contra la puerta y la única palabra que escucho fue "asesino", pero al oír que alguien se acercaba se apartó rápidamente de la puerta e hizo como si estuviera de paso. Vio salir al hijo de Gutierrez y acto seguido, Germán, entró a ser el siguiente que discutiría con Don Francisco. Al ver que su discusión no servía para sacar nada en claro, llamó a la policía y al ver que este no tenía coartada lo marcaron como sospechoso.

Vuelta al juicio, era el turno de palabra de Germán, al que se le ocurrió una idea para hacerle confesar al presunto culpable: "Señoras y señores del jurado, me temo que he conocido un grave error al culpar a Don Gutierrez, él jamás tendría la sangre fría para matar un hombre, más aún si es por envidia 

porque como todos sabrán mi padre era el mejor sastre de la ciudad, con diferencia y aunque usted lo matara jamás lo superaría."
Germán se sorprendió de no ver ninguna reacción en su rostro y este dijo: "No soy culpable, señor Germán." En un último intento por hacer su confesión posible, German añadió: "Es verdad, usted no es un culpable, es un segundón". "¡BASTA!" se escuchó entre el público. "No es cierto, mi padre es el mejor sastre de la ciudad y con ese viejo fuera del mapa no hubiera tenido más problemas, si no fuera por ti todo habría salido como debía" Era el hijo de Don Gutierrez quién había alzado la voz en ese momento y también quien había inconscientemente confesado.


Beatriz Lacueva y Aimar Diez. 3°ESO.B

No hay comentarios:

Publicar un comentario