Nos gustan las historias. Tanto que no solo las leemos, también nos las imaginamos, las vivimos y las escribimos. Porque hay cosas que solo se sienten si se escriben. Bienvenidos a los contadores de historias

jueves, 15 de enero de 2015

La mentira del soldado

-¿Colaboró Usted con los españoles?

-No.
 

Ramón nunca habría pensado que llegaría a estos extremos. Estaba lisiado completamente, sentado en una silla en vez de combatiendo, y, para colmo, en un despacho inglés.


Eran tiempos duros. Ramón era un mercenario. Mercenario del mar. Su flamante buque,con arboladura de madera de nogal, manga de noventa pies (treinta metros) y que derrochaba velocidad gracias a su velamen estaba ahora reducido a tablones de madera en el Atlántico Norte. El barco que había sido la envidia de todas las marinas no por no estar a su alcance, sino por ser propiedad de un solitario lobo de mar con un pie en la calamidad de la locura.


Ramón no era del todo un hombre de guerra, a pesar de que la muerte le traía sin cuidado. A él lo que le gustaba era la mar. Si le encargaban cruzar el Charco con un cargamento, le parecía bien, pero si un general español le decía de ir a volar piratas o ingleses por los aires, se convertiría en el peor enemigo que pudieran tener.

Estas circunstancias le convirtieron en uno de los primeros contactos con los que la Armada Española negociaba en asuntos de combate, y éso le había conducido a ese despacho.



Hacía tan sólo tres semanas había partido de Sevilla, y, navegando por el Guadalquivir se había abierto paso por el Atlántico y había llegado allí: La Bahía de Trafalgar, el lugar donde debía ir a combatir por su patria, y, por esa razón, fue capturado por los británicos, quienes lo conducirían en poco tiempo al final de su carrera militar. El <<Soldado>>, como lo llamaban a pesar de ser mercenario, jamás volvería a serlo.


Carlos Santolaria. 4º.ESO.A

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