(Continuación de El Club de los poetas muertos)
Copos de cristales y algodones caían desde el techo celeste de la tierra hasta su blanca y efímera alfombra donde se juntaban y se acumulaban formando ese manto de susodicha nieve. Un joven de apagados cabellos color miel con claros ojos de aguamarina dejaba huellas que mostraban su camino hacia una lápida de granito, que al igual que sus pies, se encontraba un poco hundida en la nieve. Aquel muchacho de expresión indiferente se quedó parado a un metro de su destino, luego de quedarse un rato pensativo, soltar un gran suspiro y mirar al cielo, dio un paso hacia adelante y dirigió su mirada a la losa de piedra que yacía enfrente de él.
-Buenos días Neil, soy yo, Todd.- murmuró suavemente dirigiéndose al difunto que la tierra, lápida y nieve sepultaban.
-Esto, he venido porque quería dejarte algo que el Sr. Keating me pidió que te diera antes de que se marchase.- Tranquilamente, de una bolsa de tela vaquera sacó un libro de un color verde apagado y decorado con escasos detalles en dorado. Lo observó unos instantes soltando un suspiro y seguidamente volvió a retomar la charla.
-Mira Neil, este libro fue el que despertó la pasión por versos en nosotros, "Cinco siglos de poesía".- Fue diciendo mientras hojeaba aquella obra sin dejar de mirar de vez en cuando la lápida, pensando que iba a decir a continuación a su fallecido compañero.
-Vi que escribiste un poema al principio del libro, hasta cuando ya no estas nos sigues sorprendiendo.- Aunque su sonrisa se mostraba en su cara era todo lo contrario en su alma. Pequeñas risas desganadas se desvanecieron tan temprano como prosiguió con aquel monólogo.
-Hey, ¿te acuerdas de el primer poema que nos mostró el señor Keating?, creo que se llamaba "A las vírgenes, para que aprecien el tiempo"... Solamente cuando te fuiste comprendí el significado de aquellos versos. A veces me pregunto si de verdad todos aprovechamos el tiempo que pasamos contigo, el que me sirvió como varias lecciones de la vida y de como ver su lado bueno.- Todd con las manos un poco temblorosas extrajo de su bolsillo un papel arrugado que a continuación desdobló con sumo cuidado.
-Yo te he escrito esto, es un poema que refleja algunas de las cosas que aprendí desde que vine a este lugar.- Dijo sacudiendo ligeramente aquella hoja.
-No se si será muy bueno pero puse mi corazón en él, aunque suene un poco cursi.
Terminando de decir esto entre de nuevo efímeras y leves risitas carraspeó para limpiarse la garganta y comenzó a recitar:
-"El momento vivieron las futuras rosas marchitas,
Carpe Diem la frase dibujada en riegos del huerto,
A la luz de una cueva yacen rimas exquisitas,
Nuestras almas fueron marcadas por la de un POETA MUERTO."
La voz del muchacho empezó a temblar en el último verso y esforzándose trató de mantener la compostura. Sus labios se presionaban con fuerza uno contra otro en un fallido intento para no llorar, a cada recuerdo que le pasaba por la cabeza más húmedos sus ojos estaban.
-Los chicos quieren seguir acudiendo al club, dicen que es lo que tu querrías... Pero, yo...
Yo no puedo permanecer en él...- Lágrimas empezaron a florar de sus ojos cristalinos.
-Yo no puedo, Neil, no sin tí, no es lo mismo, Yo solamente... ¡no quiero recordar que perdí a mi mejor amigo!¡No quiero recordar como perdí a la persona que me enseño a ver las maravillosas partes de la vida!¡No quiero, yo no quiero,¡NO QUIERO RECORDAR QUE ESTAS MUERTO!- Sin dejar de lagrimear exageradamente, Todd cayó sobre sus rodillas que se fueron humedeciendo por la fría nieve y hundió sus dedos en sus cabellos en signo de desesperación. Sus manos se fueron trasladando a su cara, que coloreada por las lágrimas al igual que acuarelas, se enfriaba. En un helado paisaje sembrado de lápidas, Todd deseaba ser el que estuviera sepultado por una de ellas.
(En homenaje a todos los poetas muertos ^u^) ❄️
Beatriz Lacueva 3ºESO B
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