Todos los cuentos de hadas
esconden detrás múltiples historias sin final feliz, historias que han quedado
en el olvido, opacadas por bellas princesas. Son retazos de vidas olvidadas,
vidas que, aunque pasadas, siguen ahí, escondidas, esperando que alguien se de
cuenta de su existencia. Una de esas historias es la mía. Mi nombre es Iris,
pero todos en el reino me conocen por Maléfica, un nombre que no me he
molestado en desmentir. Mucho saben de mí por la historia de aquella
muchachita, una princesa llamada Aurora, quien cayo bajo el influjo de mi
hechizo, pasando a dormir así cien años. Pero esa no es la verdadera historia.
Empezare desde el principio.
Mis primeros años son un
borrón difuso en mi memoria, datos inconexos sin orden ni semejanza. Solo
recuerdo que mi madre era una de las hadas consejera de la reina en aquel
entonces, la más cercana a ella. A mi padre nunca lo conocí. Cuando yo tenía
solo cinco años, mi madre murió a causa de una de tantas misiones que le había
encargado Su Majestad. Fue a causa de un hechizo mal hecho. Yo era muy pequeña,
y en aquel momento no entendí la situación. En el reino se me educó como la
sucesora de mi madre, y desde niña fui la encargada de acompañar a la princesa (
ahora reina y madre de Aurora ) en todo momento. En aquella época nos hicimos
inseparables, casi hermanas. Yo confiaba en ella y ella en mí. Éramos solo una
chiquillas cuyas vidas pronto darían un giro que ninguna podía preveer. No fue
hasta los dieciséis años cuando me dí cuenta de que su madre había sido la
causante de la muerte de la mía. Aquel día odie a todos y cada uno de los habitantes
de aquel castillo, porque ellos, con sus mentiras, habían encubierto el hecho
de que fue la reina Anastasia quién me la había arrebatado. También la odie a
ella, a la que por mucho tiempo había considerado mi hermana. Ella lo había
sabido siempre, pero nunca me lo había dicho. Durante un tiempo continué con mi
función de protectora y futura consejera real, pero ahora yo no la consideraba
una hermana, sino una enemiga. Interpreté mi papel durante siete largos años,
maquinando durante todo ese tiempo una venganza. El día en que la coronaron
reina yo estuve presente, animándola en todo momento. Sin embargo, bajo toda
esa fachada de felicidad, una ira incontrolable latía furiosa en mi interior,
esperando el momento justo parra salir al exterior. Dos años después la ahora
reina se casó con un apuesto príncipe venido de lejos, y tan solo doce meses
mas tarde nació mi pesadilla. La futura heredera al trono enseguida se gano el
cariño de todos los habitantes con su dulzura, pero yo la odié desde el primer
momento, pues ella fue la culpable de que la reina se alejara de mí. Y es que
aunque no quisiera admitirlo, en lo más recóndito de mi ser, aún quería a mi
amiga. Todo se confirmó el día en que se celebró el bautizo de la joven
princesa. Todo el reino se preparaba para la ceremonia, y las invitaciones
corrían de boca en boca, de mano en mano transmitidas por los pregoneros del
reino. Sin embargo mi invitación nunca llegó. Se habían olvidado de mí.
Aquel día odie aun mas a la
pequeña princesa, quien, con su dulzura, había conseguido que mi amiga de la
infancia se olvidara de mí. En el momento en que los invitados se reunieron en
la sala del torno y las hadas madrinas hubieron otorgado sus dones a la
princesa, aparecí yo. Una furia incontrolable dominaba mis actos, inspirando mi
venganza. Maldecí a la niña, condenándola a morir a la temprana edad de dieciséis
años, edad en la que yo había comprendido toda la verdad. Sin embargo, en el
momento en que mis ojos se encontraron con mi amiga de la infancia, un
remordimiento extraño se apodero de mí. Quizá fueron sus suplicas silenciosas o
quizá cariño por su hija lo que hizo que me arrepintiera nada mas haber lanzado
el hechizo. Con una última mirada hacia la reina desaparecí del lugar. Pocos
días después me reuní con Diamante, una de las hadas que le había otorgado un
don a la princesita. Le rogué que hiciera lo que pudiera por salvar a la
princesita de aquel destino que le había impuesto. Ella me ayudó, pero me dijo
que la historia debía seguir su curso. Mi cometido era esperar a la princesa en
una sala con una de las ruecas que el rey había mandado quemar días antes.
Aurora debía tocar la rueda, pero en vez de morir como en un principio había
predicho, dormiría durante cien años. Además, dormiría a todo el reino, para
que los años no pasaran tampoco parra ellos. Aurora permanecería inmersa en un
sueño profundo y cerrado hasta que un beso de amor verdadero la despertara. Por
supuesto todo eso debía parecer que había sido idea suya. Pasaron los años, la
historia transcurrió según lo predicho. Aquel día solté a un jabalí en la zona,
sabiendo que por ahí pasaría una partida de caza de uno de los príncipes. La
princesa despertó, así como todo el reino, y vivieron felices durante mucho
tiempo. Yo permanecí en la sombra, dejando paso a Aurora y a la familia real.
Mi vida ha sido siempre una
espiral confusa, nunca me reuní de nuevo con mi amiga, por todo el daño
causado. Lo comprendí hace años, y ahora, a causa del remordimiento, he
preferido mantenerme al margen. Nunca nadie ha sabido mi historia y así
prefiero que permanezca siempre, siendo conocida como Maléfica y no como Iris.
Laura Cuadrado. 4º.ESO.A
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