Nos gustan las historias. Tanto que no solo las leemos, también nos las imaginamos, las vivimos y las escribimos. Porque hay cosas que solo se sienten si se escriben. Bienvenidos a los contadores de historias

miércoles, 26 de marzo de 2014

La bella durmiente. Versión nº 2: El hada Maléfica


Todos los cuentos de hadas esconden detrás múltiples historias sin final feliz, historias que han quedado en el olvido, opacadas por bellas princesas. Son retazos de vidas olvidadas, vidas que, aunque pasadas, siguen ahí, escondidas, esperando que alguien se de cuenta de su existencia. Una de esas historias es la mía. Mi nombre es Iris, pero todos en el reino me conocen por Maléfica, un nombre que no me he molestado en desmentir. Mucho saben de mí por la historia de aquella muchachita, una princesa llamada Aurora, quien cayo bajo el influjo de mi hechizo, pasando a dormir así cien años. Pero esa no es la verdadera historia. 

Empezare desde el principio.
Mis primeros años son un borrón difuso en mi memoria, datos inconexos sin orden ni semejanza. Solo recuerdo que mi madre era una de las hadas consejera de la reina en aquel entonces, la más cercana a ella. A mi padre nunca lo conocí. Cuando yo tenía solo cinco años, mi madre murió a causa de una de tantas misiones que le había encargado Su Majestad. Fue a causa de un hechizo mal hecho. Yo era muy pequeña, y en aquel momento no entendí la situación. En el reino se me educó como la sucesora de mi madre, y desde niña fui la encargada de acompañar a la princesa ( ahora reina y madre de Aurora ) en todo momento. En aquella época nos hicimos inseparables, casi hermanas. Yo confiaba en ella y ella en mí. Éramos solo una chiquillas cuyas vidas pronto darían un giro que ninguna podía preveer. No fue hasta los dieciséis años cuando me dí cuenta de que su madre había sido la causante de la muerte de la mía. Aquel día odie a todos y cada uno de los habitantes de aquel castillo, porque ellos, con sus mentiras, habían encubierto el hecho de que fue la reina Anastasia quién me la había arrebatado. También la odie a ella, a la que por mucho tiempo había considerado mi hermana. Ella lo había sabido siempre, pero nunca me lo había dicho. Durante un tiempo continué con mi función de protectora y futura consejera real, pero ahora yo no la consideraba una hermana, sino una enemiga. Interpreté mi papel durante siete largos años, maquinando durante todo ese tiempo una venganza. El día en que la coronaron reina yo estuve presente, animándola en todo momento. Sin embargo, bajo toda esa fachada de felicidad, una ira incontrolable latía furiosa en mi interior, esperando el momento justo parra salir al exterior. Dos años después la ahora reina se casó con un apuesto príncipe venido de lejos, y tan solo doce meses mas tarde nació mi pesadilla. La futura heredera al trono enseguida se gano el cariño de todos los habitantes con su dulzura, pero yo la odié desde el primer momento, pues ella fue la culpable de que la reina se alejara de mí. Y es que aunque no quisiera admitirlo, en lo más recóndito de mi ser, aún quería a mi amiga. Todo se confirmó el día en que se celebró el bautizo de la joven princesa. Todo el reino se preparaba para la ceremonia, y las invitaciones corrían de boca en boca, de mano en mano transmitidas por los pregoneros del reino. Sin embargo mi invitación nunca llegó. Se habían olvidado de mí.
Aquel día odie aun mas a la pequeña princesa, quien, con su dulzura, había conseguido que mi amiga de la infancia se olvidara de mí. En el momento en que los invitados se reunieron en la sala del torno y las hadas madrinas hubieron otorgado sus dones a la princesa, aparecí yo. Una furia incontrolable dominaba mis actos, inspirando mi venganza. Maldecí a la niña, condenándola a morir a la temprana edad de dieciséis años, edad en la que yo había comprendido toda la verdad. Sin embargo, en el momento en que mis ojos se encontraron con mi amiga de la infancia, un remordimiento extraño se apodero de mí. Quizá fueron sus suplicas silenciosas o quizá cariño por su hija lo que hizo que me arrepintiera nada mas haber lanzado el hechizo. Con una última mirada hacia la reina desaparecí del lugar. Pocos días después me reuní con Diamante, una de las hadas que le había otorgado un don a la princesita. Le rogué que hiciera lo que pudiera por salvar a la princesita de aquel destino que le había impuesto. Ella me ayudó, pero me dijo que la historia debía seguir su curso. Mi cometido era esperar a la princesa en una sala con una de las ruecas que el rey había mandado quemar días antes. Aurora debía tocar la rueda, pero en vez de morir como en un principio había predicho, dormiría durante cien años. Además, dormiría a todo el reino, para que los años no pasaran tampoco parra ellos. Aurora permanecería inmersa en un sueño profundo y cerrado hasta que un beso de amor verdadero la despertara. Por supuesto todo eso debía parecer que había sido idea suya. Pasaron los años, la historia transcurrió según lo predicho. Aquel día solté a un jabalí en la zona, sabiendo que por ahí pasaría una partida de caza de uno de los príncipes. La princesa despertó, así como todo el reino, y vivieron felices durante mucho tiempo. Yo permanecí en la sombra, dejando paso a Aurora y a la familia real.

Mi vida ha sido siempre una espiral confusa, nunca me reuní de nuevo con mi amiga, por todo el daño causado. Lo comprendí hace años, y ahora, a causa del remordimiento, he preferido mantenerme al margen. Nunca nadie ha sabido mi historia y así prefiero que permanezca siempre, siendo conocida como Maléfica y no como Iris.


                                                                           Laura Cuadrado. 4º.ESO.A

No hay comentarios:

Publicar un comentario