Nos gustan las historias. Tanto que no solo las leemos, también nos las imaginamos, las vivimos y las escribimos. Porque hay cosas que solo se sienten si se escriben. Bienvenidos a los contadores de historias

lunes, 10 de marzo de 2014

PRIMEROS PREMIOS I CERTAMEN LITERARIO DE RELATO CORTO SAN GABRIEL (Primer ciclo)



EL ÁRBOL Y EL GATO DE SAN GABRIEL

Hay un árbol y un gato que viven en un magnifico colegio llamado San Gabriel, el árbol lleva sesenta años llenando sus ramas de historias de todo tipo y el gato que ya lleva      veinte años se las conoce perfectamente de tantas y tantas conversaciones que tienen al anochecer. El árbol es alto y fuerte y vive entre muchos otros árboles y el gato de ojos grandes y finos bigotes se llama San y vive entre las largas ramas del árbol. Nunca están solos, siempre hay alguien que los cuida.
Todas las mañanas se despiertan muy temprano con el fresco amanecer y el canto de los pajarillos con la misma ilusión de esperar impacientes la llegada de los niños al colegio, observan que vienen contentos y riendo, van entrando mayores y pequeños por las puertas del colegio y cuando todo parece calmado escuchan salir de algunas ventanas un agradable sonido de flautas que les alegra la mañana, por otras se pueden escuchar dulces voces de niños leyendo bonitos cuentos o cantando canciones en ingles. En el recreo también ven como a otros niños les toca hacer educación física y San se anima y los imita para estar en forma. Llega la hora del descanso, suena un breve timbre y los niños comienzan a salir corriendo y gritando entusiasmados a tomarse sus almuerzos en el gran patio de recreo. San se pone muy contento ya que cuando todo vuelve a estar tranquilo, baja de las ramas del árbol y comienza a comer, encuentra de todo, migas, trocitos de fruta, chocolatinas, zumos sin terminar... El árbol también se alegra mucho porque siempre tiene a alguien que juega alrededor de él o se sienta a su lado para estar un ratito relajado.

Un día se le acerco una niña llorando y el árbol se atrevió a preguntarle.
-         ¿Qué te pasa bonita, por qué lloras?.
-         Mis amigas no quieren jugar conmigo – contestó la niña con voz suave.
-         ¿Cómo te llamas pequeña?
-         Me llamo Paula, ¿y tú como te llamas? – dijo la niña.
-         No te preocupes, yo puedo ser tu amigo y siempre que quieras venir a hablar o jugar conmigo puedes hacerlo, será nuestro secreto, ahora toma una de mis hojas y guárdala para siempre, te dará suerte, luego acércate a tus amigas y diles que vengan a ver a un pequeño gatito que hay entre mis ramas.

Paula avisó a todas sus amigas y en un momento se formo un corro grande intentando hacer bajar al gato de las ramas del árbol, pero entonces sonó el timbre para volver a entrar y todos corrieron de nuevo a sus clases. Paula que se había sentido importante delante de sus amigas por haber encontrado un gato, le guiño el ojo al árbol y desde entonces todos los días pasaba a saludarle y le contaba lo contenta que estaba en el colegio, lo bien que le iban sus estudios y lo guapo que era un chico de su clase, aunque  él a ella no le hacía mucho caso. Un día  le contó  que ya no volvería a verle porque terminaba el colegio y se marchaba a la universidad. El árbol se quedo triste y aunque tenía a muchos otros niños siempre se acordaría de Paula.

Cuando San termina de comer todo lo que encuentra se da un paseo por el colegio, primero lo hace por dentro y tiene que ir a escondidas de que nadie lo vea para que no lo echen. Al entrar ve largos pasillos con los techos muy altos y paredes llenas de puertas y decoradas con fotos de alumnos y exalumnos del colegio y bonitos trabajos realizados con mucho esfuerzo, San acaba de terminar de comer pero el buen olor que le sube por unas escaleras le hace bajar por ellas hasta la cocina, una cocinera que lo ve, abre una puerta y dándole un trocito de comida lo hace salir por la parte de atrás, San corre de nuevo hasta la puerta por la que entró y vuelve a empezar su recorrido pero esta vez sin dejarse llevar por el olor de la comida, llega hasta unas clases donde ve a los más pequeños, se queda embobado mirando y deseando por un momento ser uno de ellos, luego sube unas escaleras que le llevan hasta niños un poco más mayores, que bonitos son, piensa, están muy callados y escuchan atentamente a su profesor. Va recorriendo el pasillo y va viendo como cada vez los niños crecen más, vuelve a ver más escaleras y las sube hasta llegar a una gran sala llena de sillas y un escenario,  le encanta subirse al escenario y actuar como si fuera uno de los alumnos o alumnas de Glee. Por la tarde cuando los niños vuelven a marcharse a sus casas, San sale a pasear por el exterior del colegio y se da una vuelta por los campos de juego, como el de baloncesto, fútbol o tenis, juega un rato en el parque de pequeños y hasta se divierte en los frontones con alguna pelota que se han dejado olvidada o perdida y que él encuentra, luego se mete entre una valla que da a la piscina y corre por su borde intentando no caerse en ella, ya que le da terror el agua. Cuando ya está cansado vuelve de nuevo hasta su amigo el árbol a contarle todo lo que ha visto y las aventuras que ha tenido, cada día le ocurre una diferente, y su amigo el árbol le cuenta las historias que ha compartido con los niños o que ha escuchado de los profesores que se han sentado junto a él a leer un libro.
¡Qué alegría se llevo el árbol!. Una mañana cuando estaba mirando a San que se había subido por los tejados y a las grandes cigüeñas que se estaban peleando por sus nidos en lo alto de la preciosa iglesia que tiene el colegio y que se encuentra situada enfrente del árbol, empezó a escuchar ruidos de coches y voces de mucha gente, había muchas conversaciones entre ellos y no se les entendía lo que hablaban, pero sin duda era una boda, entraron todos dentro de la iglesia, hasta San se metió a curiosear ya que le gusta escuchar y recorrer hasta el último rincón para enterarse de todo, al salir se oían muchos gritos y risas de alegría hacia los novios que se acababan de casar, se escucharon fuertes petardos, varios chicos jóvenes les hicieron un pasillo en las escaleras adornado con cintas de colores que cruzaban de unas manos a otras, les tiraban arroz y les dieron muchos besos, pero lo que más le encantó al árbol fue cuando se acercaron a hacerse una foto junto a él, pudo observar entonces que aquella bella novia vestida de blanco era Paula junto al chico de su clase que tanto le gustaba, el árbol lloraba hojas de alegría al verlos después de tanto tiempo, los rodeo con sus ramas y Paula con una gran sonrisa de felicidad en la cara volvió a guiñarle un ojo, se había casado allí por lo feliz que había sido en el colegio San Gabriel y lo más importante es que todavía se acordaba de él.
Cinco años después, una niña se acercó hasta el árbol, como su cara le traía muy buenos recuerdos se atrevió a saludarla, ella le hizo la misma pregunta que le había hecho Paula, veinte años antes, se quedó asombrado y con la intriga de quien era aquella niña. Después de estar un rato hablando, le dijo que se llamaba Gema y su mama Paula, toco el timbre y no pudieron seguir hablando, pero antes de marcharse a clase Gema se acercó y le dio un beso en una rama, en la que minutos después le creció una hoja, era el primer beso que le daban pero no el último ya que desde entonces todos los días pasan un ratito juntos hablando de Paula y de otras muchas cosas más.  

Me gustaría contaros muchas otras historias sobre el árbol y el gato,  pero de las que no se olvidan jamás como la de Paula y Gema, no existe ninguna más.

¡Ah, se me olvidaba!,  la respuesta que les dio el árbol a Paula y Gema fue, GABRIEL.


                                                                                                Elisabeth Palacios. 1º.ESO.B





 Mi colegio


Os voy a contar una historia que viene contándose en el Colegio San Gabriel desde hace muchos años.
Un día triste, nublado de otoño, del año 1954, a las 9 de la mañana, sonó por todo el recreo el timbre de llamada a clase. Los alumnos acudieron a sus clases, pero hubo un alumno de ….curso, llamado Raimundo, que se quedó en el recreo, escondido en las escaleras situadas debajo de la Iglesia .Una vez que todos los alumnos entraron en sus clases, sigilosamente subió al teatro y se puso a ensayar la obras que tanto le gustaban. Ensayaba el papel de Romeo, en Romeo y Julieta, o el del Rey Arturo, en los Caballeros de la Mesa Redonda, o cualquiera que pudiera imaginarse.  Aunque le apasionaba actuar nunca lo elegían para intervenir en las obras que se interpretaban en el Colegio para las fiestas y eso le entristecía. Sin embargo, aquel día cuando estaba interpretando uno de sus papeles favoritos apareció en el escenario un niño, de aproximadamente su misma edad, que no conocía. Le pregunto quién era y el niño le dijo llamarse Aurelio. Era guapo y parecía simpático, pero tenía los ojos marrones más tristes que nunca había visto. Entablaron conversación y enseguida se cayeron bien. Tras estar hablando toda la mañana, aproximadamente a la una, Raimundo le dijo a Aurelio que tenía que regresar al recreo porque los otros alumnos saldrían de sus clases en breve y no lo podían encontrar en el teatro. Se despidieron.
Durante los días siguientes se volvieron a encontrar en el mismo sitio. Poco a poco, día a día, ensayo a ensayo, fueron generando una bonita y sólida amistad.
En el primer día del mes de diciembre, Raimundo tenía dos exámenes, de mates y cono: por eso, no pudo ir al teatro, pero sí por la tarde, después de la comida. Allí encontró a Aurelio. Estuvieron ensayando alguna de sus obras favoritas y cuando acabaron se sentaron en las butacas cansados. Entonces Aurelio le dijo a Raimundo si le podía pedir un favor. Raimundo le dijo que sí, pero quiso saber de qué favor se trataba. El favor consistía en transmitir un mensaje a una profesora del Colegio, llamada Paula, que impartía clases de Historia y como actividad extraescolar se ocupaba de dirigir y preparar las obras de teatro. El contenido del mensaje era “te quiero tanto que ni tu padre, ni tu madre, ni tus hermanos, ni tus amigos, ni todas las personas que te quieren juntas, pueden superar mi amor”. En eso quedaron.
Pasaron los días y no se encontraron Raimundo y la profesora Paula, pero una mañana, que era especialmente fría, estando Raimundo jugando un partido de futbol, recibió una fea entrada de un jugador del equipo contrario, cayendo al suelo aparatosamente. Pasaba por allí la profesora Paula y se acercó a socorrer a Raimundo. Con ayuda de otros alumnos lo llevaron a la enfermería donde Paula, cogió del botiquín gasas, mercromina y tiritas y comenzó a curar a Raimundo. Cuando los otros alumnos se fueron del cuarto de curas, Raimundo le dijo a Paula que tenía para ella un mensaje de un niño llamado Aurelio. Cuando mencionó tal nombre la profesora se puso pálida y muy, muy nerviosa. Raimundo dudó si debía o no comunicar el mensaje, pero Paula insistió en conocer el mismo. Cuando el alumno le transmitió el contenido, Paula comenzó a llorar, de una manera que no había visto en un adulto. Lloraba como si el corazón se le hubiese resquebrajado en mil pedazos. Raimundo no sabía qué sucedía, ni tampoco qué hacer. Ella entonces le preguntó cómo era ese niño y se lo describió. Cuando lo terminó de describir Paula, entre lagrimas, miró al cielo, y curiosamente sonrió.
Desde aquel día, Paula trató a Raimundo, de una manera diferente a otros niños, pero lo que más lo desconcertaba era que desde el día que habló con ella, no volvió a ver nunca más a Aurelio. Lo echó mucho de menos, pero al final lo olvidó.
Dos años después una compañera de clase de Raimundo, llamada Lucía, le propuso ver las orlas de los cursos precedentes al suyo, expuestas en las paredes de un largo pasillo que conducía al gimnasio del Colegio. Cuando llegaron al Curso del año 1936 vieron casualmente la foto de la profesora Paula, cuando tenía 12 años de edad. Al lado derecho de su foto, estaba la de un compañero, llamado Aurelio Montañés García, que era asombrosa y tremendamente parecido al niño que había conocido en el teatro: Raimundo pensó que era el padre del niño con el que jugó dos años atrás. Por ello, motivados por la curiosidad, se fueron a la biblioteca del Colegio, y buscaron más información. Tras estar toda la tarde sin encontrar nada, en unas fichas de alumnos antiguos descubrieron que Aurelio Montañes fue un alumno que falleció en el año 1936. Raimundo, cuando averiguó tal dato, fue al despacho de la profesora Paula, en compañía de Lucía, para saber quién era ese niño que la había mandado aquel mensaje. Después de buscarla, la encontraron en la sala de profesores, donde estaba tomando un café. Raimundo no se atrevió a preguntar quién era Aurelio, pero sí Lucía, que era más lanzada. Paula les contó que Aurelio fue compañero de clase y su primer novio, y que desgraciadamente murió al interpretar para la función de Navidad el papel de angel cuando cayó desde 10 metros de altura, al romperse el arnés que lo sujetaba en lo alto del escenario. Raimundo balbuceando le dijo que no podía creer dicha historia, pero Paula serena, tierna y tranquilamente, le dijo que nadie en el mundo podía repetir un mensaje como el que Raimundo le transmitió por orden de Aurelio, porque a nadie le contó el mensaje de amor de Aurelio, amor que no reveló y que fue tan inocente, puro y sincero que hizo que ella dedicara su vida, además de enseñar, a dirigir las obras de teatro en el Colegio
La profesora Paula, pese a ser una mujer bella, amable e inteligente, no se casó. Cuentan las malas lenguas que nunca tuvo novio, porque su verdadero amor era el teatro.
Murió tras padecer una larga enfermedad en el año 1995 a la edad de 71 años y, en su lecho de muerte, cuentan algunas ancianas de Zuera, se apareció un niño disfrazado de Romeo que la tomó de la mano hasta que finalmente expiró con una bonita sonrisa en sus labios.
                                                            Lucía Ventura. 1º ESO.B

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